Friday, March 7, 2008

La televisión está para llorar

La televisión está para llorar

R.C.

Dentro de la actual cultura audiovisual, un tipo de monitor lleno de ventanas infinitas y laberínticas– como el garciamarquino cuarto de los espejos del coronel Buendía en Macondo– ha terminado por arrebatar las escasas horas-hombre de descanso hogareño que la mayoría de la gente de las sociedades desarrolladas disfrutaba.

Y ya que en sus oficinas esta misma gente está literalmente conectada a este productivo e inteligente monitor todo el día, que le otorga virtualmente todo (strictu sensu), ha optado entonces por dar un uso recreativo a la flamante computadora.

Pero otro tipo de monitor tradicional, el televisivo, ha sido desde hace décadas patriarcal y en constante desarrollo técnico, hasta para ser conectado –inclusive– a la propia Internet.

Aun así, la televisión sigue siendo el arcoiris primario al fondo del horizonte visual de generaciones que aún no se han entrelazado con los titilantes destellos en bites de la gran telaraña virtual en sus hogares.

Y si a la oferta de contenido televisivo se agrega en particular la telenovela, un género prodigioso que condensa todas las emociones humanas y las homogeniza, pasteuriza y envasa –como la leche– en un aparato de botones mejor conocidos que los lunares del primogénito, entonces la rutina del ser humano moderno ya está completa en lo que al culto de imágenes y sonido se refiere.

Para la población de habla hispana, puede transcurrir sin mayor y más grave conflicto el fin de siglo y de milenio –inclusive apocalípticos augurios– siempre y cuando no deje de haber una telenovela de éxito en la televisión latinoamericana y de Estados Unidos en español.

Haciendo un paréntesis, se incluye esta última, last but not least, porque es también la cuarta parte de Latinoamérica de exportación –cómo carambas no– al estar constituida por casi 50 millones de latinos, legales o no, residiendo en el poderoso país del norte, por sobre sus cientos de canales en inglés o en las más diversas lenguas inmigrantes.

Sí: los mismos que aportan con sus envíos de dinero la tercera parte de las divisas a México, después del petróleo y del turismo; los latinos salvadoreños, nicaragüenses, demás centroamericanos y antillanos, que junto con los mexicanos y sudamericanos, forman el melting pot en la tierra de promisión que es America y que gozan en modernos aparatos receptores, a veces de mayor calidad que los de su país de origen, de las telenovelas producidas en Latinoamérica. Lástima de tecnología de punta. Y paréntesis cerrado.

Pocas, o casi ninguna de estas exitosas catalizadoras de la sensiblería de masas, dará el aviso oportuno a sus apesadumbrados espectadores de cualquier cambio del exterior histórico que no pueda patrocinar alguna empresa en la pantalla televisiva en horario estelar.

Caerán poderosos gobiernos latinoamericanos; se desatarán los más cruentos combates entre las guerrillas y las tropas leales al Estado; se descubrirán los más escandalosos fraudes financieros y administrativos en cada nación, pero la abulia de los gobernados canalizará tanto las emociones personales como las colectivas en el último capítulo, crucial, de la telenovela latinoamericana en turno.

Intemporales, las tramas de estas telenovelas, cuando no son abrumadoramente maniqueas y ahistóricas, conservan ese manido esquema feudal de rangos sociales per saecula saeculorum.

Es decir, un esquema inamovible de clases en el que la gente bonita, buena y mala, rica y pobre entra en una interacción episódica plena de intrigas, golpes bajos, siempre con el triunfo definitivo del amor sincero. Y como marca de hierro sine qua non, el matrimonio religioso de los protagonistas.

Con la telenovela latinoamericana se ha marcado el epitafio de la utopía comunista y del ascenso del proletariado en la lucha de clases en la manera tradicional e idealista del materialismo histórico; ahora los ascensos e igualdad de clases los dicta el guionista o el adaptador de una historia, y es ley para millones, ya no sólo para unas cuantas comunas o patrias.

El impacto crónico de la telenovela, en sus sucesivas emisiones continentales, coadyuvará a que la globalidad deje atrás todo rastro de origen y remita la trama a un mero arranque regional, brindando a cada masa nacional su respectivo tinglado de pasiones, política y juegos de poder y amor; sin duda los ingredientes más eficaces actualmente de las nuevas telenovelas por venir.